Introducción… o sobre la necesidad de abordar los problemas de la geotecnia con una mentalidad adecuada
La relación entre la edificación y el terreno que la sustenta es un aspecto tratado de forma marginal en gran parte de los proyectos de construcción. Es un hecho. Si comparamos la importancia que en los mismos tiene la estética, la concepción de la estructura o el interés político, el interés que despierta el terreno es poco.
Sólo en los casos que abordan de forma específica la aparición de patologías graves que afectan a la seguridad estructural de la obra o a la habitabilidad de un edificio, consideran la necesaria comprensión de este maridaje entre construcción y terreno.
Sin embargo, e incluso en este segundo supuesto, son muchos los casos en los que puede apreciarse una aproximación poco adecuada o rigurosa a la naturaleza del problema: abundan los ejemplos de presuntas patologías atribuidas al suelo que en realidad han sido causadas por deficiencias de ejecución, mala calidad de materiales, o errores de dimensionado de elementos estructurales ajenos a la cimentación.
Por razones humanamente comprensibles, pero técnicamente poco justificadas, persiste una tendencia a culpar al terreno de todo tipo de enfermedades que pueden afectar a un edificio u otra obra; las motivaciones que fomentan esta actitud tienen mucho que ver con una visión ancestral y casi oscurantista hacia el cálculo geotécnico, practicada (a menudo antes, pero persistente hoy en día) tanto por quienes proyectan o edifican una estructura como por aquellos que se dedican a predecir como reaccionará el subsuelo frente a la misma.
Puede leerse todavía en gran cantidad de literatura técnica, e incluso en alguna normativa, expresiones sobre vicios ocultos del terreno, sobre presencia de estratos erráticos, o hacia la aparición imprevisible de venas de agua. Cabría preguntarse sobre el origen de esta terminología, más propia de un alquimista o de un zahorí que de un técnico del siglo XXI.
De Andrés Diplotti, La Pulga Snob
Podemos especular fácilmente con hipótesis que expliquen esta pintoresca aproximación a la naturaleza del subsuelo sobre el que edificamos. La primera es la generalizada ausencia (hasta fechas muy recientes) de interés en nuestro entorno geográfico y cultural más inmediato por abordar el proyecto o la construcción de un edificio (tal vez no tanto en obra civil, pero…) contando con datos adecuados del terreno, necesarios para dimensionar correctamente un sistema de cimentación, de contención o de impermeabilización sin sobrecostes innecesarios o riesgos inasumibles. Es vox populi entre la comunidad geotécnica del país un dicho según el cual el 80% de las cimentaciones ejecutadas se encuentra ampliamente sobredimensionadas: siempre ha parecido más razonable invertir más esfuerzos en la obra que en el proyecto, a pesar de que cada peseta (o céntimo de euro) bien invertida en proyecto, sea compensada por el ahorro de dos duros en ejecución.
Esta falta de interés ha sido bien correspondida en muchas ocasiones por el trabajo tradicional de los técnicos que estudian el terreno: cuántas veces hemos tenido en nuestras manos un estudio geotécnico que se asemeja más a un libro de texto de bachillerato que a un anejo del proyecto , con profusión de referencias sobre la importancia de la orogenia herciniana sobre el sustrato paleozoico del macizo ibérico – balear (¡¡¡???!!!). Cuantas otras, después de leer un informe de reconocimientos, hemos terminado por preguntarnos cómo es posible que se presente una recomendación de una tensión de servicio para una cimentación sin tener en cuenta si el pilar que se apoya sustentará dos o veinte plantas. Y, ¿como es posible que tantos cálculos de asentamientos den como resultado un valor tan, tan, tan exacto como 2.54 cm?.
La pulgada, esa curiosa medida a la que tienden todos los cálculos de asiento en cimentaciones (imagen de XenteDixital blogs.xunta.gal)
La tercera hipótesis que puede explicar este peculiar tratamiento del que es objeto el terreno en nuestros proyectos se relaciona con un aspecto, tal vez, más oscuro de la condición humana: la natural tendencia a rehuir nuestras responsabilidades cuando nos equivocamos.
Asumir ante un promotor que un error propio es causa de una patología requiere de una buena dosis de humildad, coraje y seguridad técnica en uno mismo que no siempre está al alcance… aparte de una póliza de responsabilidad civil profesional a la altura de las circunstancias.
Resulta mucho más fácil responsabilizar del desastre a la imprevisibilidad, al mal carácter, o incluso a los vicios de alguien que no tiene necesidad de un abogado para su defensa (el terreno), al que no se le puede llevar ante un juez, ni al que exigir responsabilidades civiles o penales.
esos vicios ocultos… del terreno…
A pesar de todos estos prejuicios que rodean el estudio del subsuelo en relación con el proyecto de edificación u obra civil, existen formas objetivas, rigurosas y homologables al tratamiento que hacemos de otros elementos que conforman nuestra obra (estructuras, firmes, instalaciones, cerramientos…) sobre las que debemos apoyar nuestra aproximación al conocimiento del mismo. En todas ellas es común considerar que el terreno es un elemento caracterizable bajo parámetros físicos concretos, y que su comportamiento puede ser evaluado aplicando modelos predictivos o de análisis, que se fundamentan en los mismos principios de la mecánica que gobiernan cualquier estructura.